Residuos nucleares en la Fosa Atlántica

“Miles de toneladas de residuos nucleares fueron vertidos por la Unión Soviética en el Océano Ártico entre 1964 y 1986. Como los barriles, preparados para resultar estancos, no se hundían, los soldados tenían órdenes de agujerearlos con disparos”. Andrei Zolotkov (experto nuclear ruso)

En Marzo de 2012, una propuesta no de Ley del grupo Mixto reclamaba al Gobierno español que informara al Congreso y al Gobierno Gallego de la evolución de la basura radioactiva de la Fosa Atlántica. La respuesta fue que ya se estaban realizando los controles necesarios por parte del Consejo de Seguridad Nuclear, pidiendo que no se alarmase a la población con una preocupación infundada.

Lo cierto es que en la actualidad se desconoce el estado de los bidones con residuos nucleares y su nivel de corrosión, que hasta 1983 se vertían en la zona denominada Fosa Atlántica, residuos almacenados en contenedores de acero, envueltos en hormigón que descansan dispersos a unos 3.000 metros de profundidad, sometidos a enormes presiones y para los que, en caso de accidente, no habría técnica alguna que permitiese su recuperación. Ni siquiera la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA) es capaz de decir con exactitud que cantidad de residuos radioactivos se vertieron en los océanos y el estado en el que se encuentran unos bidones que se entendían herméticos y se demostró que no lo eran, tampoco podrían valorar que alcance tienen sobre el medio marino y sus habitantes.

A partir de los años 60, con varios países con centrales nucleares produciendo energía eléctrica, los residuos generados constituían un problema y el mar se convirtió en un gran vertedero, a pesar de que en 1972 el Convenio de Londres sobre vertidos prohibió arrojar al mar residuos radioactivos de alta actividad, sin decir nada sobre los de baja y media. Uno de los puntos elegidos fue la fosa Atlántica o Fosa de Hércules, a unos 700 km de las costas gallegas y de unos 4.000 m de profundidad, donde fueron a parar entre 1967 y 1983, 142.000 toneladas de basura nuclear de 8 países europeos, del mundo civilizado. Las primeras protestas comenzaron tímidamente en el seno de grupos ecologistas. En 1970 Cousteau presentó ante el Consejo de Europa fotografías de los bidones con un estado preocupante y más adelante Greenpeace que llevaba desde 1978 luchando en el mar contra estos vertidos, filmó esa realidad.

Surgió el rechazo de la gente, especialmente de los pueblos costeros y las manifestaciones en su contra, pero la primera expedición en Galicia contra los vertidos nucleares de la Fosa Atlántica fue una iniciativa de Esquerda Galega, que se puso en contacto con Greenpeace para proponer una expedición marítima hasta la Fosa de Hércules. Finalmente se hizo realidad en 1981 e implicó a representantes de la formación política de los ayuntamientos de Vigo, A Coruña y Moaña que fletaron un palangrero de madera de 20 metros de eslora y 69 toneladas de registro bruto, utilizado para la merluza, llamado “Xurelo”. Su patrón Ánxel Vila, pescador de Aguiño, llevó el barco de la esperanza en un viaje memorable con 14 personas a bordo entre los que se encontraban, además de los organizadores citados y cuatro tripulantes, a periodistas y fotógrafos como Manuel Rivas, Xosé Castro y Xurxo Lobato, Gallego, Xesús Noya y los ecologistas Roxelio Pérez Moreira del colectivo Natureza y nuestro compañero de la SGHN Enrique Álvarez Escudero (Quique).

El Xurelo partió de Ribeira el 14 de septiembre de 1981 con un grupo humano que no estaba enrolado legalmente por lo que recibió las advertencias de las autoridades marítimas. La protesta se había planeado compartida con el Sirius, el barco de la Organización Greenpeace, pero el navío ecologista se averió en el puerto de Plymouth, por lo que la expedición gallega afrontó sola la singladura.

Del relato que Enrique Álvarez hace de aquella aventura se adivina la extrema fragilidad del barco y la inexperiencia del grupo humano, sobrado de ilusión y valentía. Navegan rumbo a un lugar del Atlántico, en el que dos barcos holandeses (Louise y Kristen) vierten los bidones con los residuos nucleares y lo hacen en un navío de madera, dirigido magistralmente por un gran hombre de mar consciente del daño que los vertidos estaban a causar en el medio marino, con escasos medios técnicos y ayuda tan sólo de las radios costeras de Fisterra y Vigo.

Durante casi una semana de navegación el Xurelo emitió en varios idiomas un mensaje como bandera en el que se dirigía a todas las embarcaciones que se cruzaban en su onda, pidiéndoles que se uniesen para acudir al lugar donde se estaba arrojando la basura radiactiva “Venimos en el nombre de Galicia, venimos en el nombre de todos los pueblos que quieren la paz y un progreso que no destruya la naturaleza. Venimos en el nombre propio y en el de todas las generaciones futuras. El Atlántico es una fuente de riqueza y un horizonte de comunicación, no queremos que conviertan el Atlántico en un cementerio nuclear. El Atlántico es una señal de identidad para Galicia y un símbolo de Vida para todos los pueblos. No queremos que lo conviertan en símbolo de muerte”.Y finalmente localizaron a los barcos vertiendo su carga mortífera y allí, testigos impotentes de lo que estaba sucediendo, hicieron sonar las sirenas del Xurelo mientras se situaban entre los dos grandes navíos. Tomaron documentos gráficos de lo que estaba sucediendo, consiguiendo así imágenes de los vertidos que fueron difundidas por toda Europa.

El Xurelo se hundió en noviembre de 2002, mientras el desastre del Prestige asolaba las costas gallegas, dejando en el recuerdo aquel viaje de un gran grupo humano en un pequeño barco, que consiguió que una gran parte de la población gallega que no había llegado a percibir la importancia de lo que estaba sucediendo a pocas millas de su tierra, se uniera en una solicitud en común: que cesaran los vertidos radiactivos. En el verano de 1982 hubo una segunda expedición en la que participaron además del Xurelo, los barcos Sirius, Arousa y Pleamar. Juntos intentaron evitar que el buque holandés Scheldeborg arrojara al mar los bidones. Al mismo tiempo, en pueblos y ciudades costeras de Galicia se repetían las manifestaciones en contra del cementerio nuclear marino, concentraciones humanas con una alta participación en las que la SGHN actuó muy activamente. La conciencia del pueblo gallego estuvo por encima de la de los políticos del Estado, ayudando a que en Febrero de 1983, en el Convenio de Londres, España se negase a seguir recibiendo basura nuclear cerca de las costas gallegas, una decisión que no vinculaba a aquellos otros países que continuaban depositando basura radiactiva en fosas submarinas. Asociaciones ecologistas como la SGHN, la Federación de Amigos da Terra y ADEGA, continuaron con acciones de protesta instando al Gobierno español para que pidiese la suspensión de los vertidos.

En el verano de ese mismo año, los sindicatos británicos se solidarizan con los gallegos impidiendo los embarques de residuos radiactivos en un momento en el que los ingleses manifestaban su intención de añadir plutonio y enterrar en los fondos marinos los bidones contaminantes.  De hacerlo de este modo, infringirían dos normas internacionales en materia de contaminación marina: verter basura de alta radiactividad y enterrarlo en el fondo del mar y en esos dos posibles delitos se basó la nueva lucha para paralizar nuevos vertidos. 

Estas acciones consiguieron que en febrero de 1983 se aprobara una moratoria que prohibiese derramar en el mar residuos tóxicos nucleares en tanto non se realizasen los estudios precisos para evaluar las consecuencias. Finalmente, en 1993 se aprobaron disposiciones internacionales que prohibieron el depósito de residuos de alta actividad en el mar. Desgraciadamente y a pesar de esta existencia, actualmente en algunos lugares del mundo se estudia la posibilidad de seguir utilizando fosas oceánicas como almacenes de basura.